El Palais de Glace fue inaugurado en 1910 para albergar una pista de patinaje sobre hielo. De ahí su nombre en francés “palacio de hielo”. En aquellos años las clases sociales altas de la ciudad, en auténtica pujanza, pensaron en crear un club social (con órgano, cafetería y palcos privadas) donde se patinase. Entonces Francia marcaba las tendencias y de ahí que tenga nombre francés. Se encuentra enfrente del cementerio de Recoleta, el principal monumento de la ciudad (sí, un cementerio, es el monumento por antonomasia de Buenos Aires) y también lugar de ostentación hasta después de la muerte de la burguesía porteña del siglo XX. Duró pocos años como pista de hielo (imagino que sería muy costoso mantenerlo) y se convirtió en pista de baile. Su buena acústica la hizo uno de los lugares de moda. No duró mucho, y en los años 30 empieza a funcionar como sala de exposiciones.
Ahora es el lugar en el que se encuentra el 96º Salón Nacional de Artes Visuales. La visita merece la pena porque permite tener una visión de qué estan haciendo los nuevos artistas argentinos.
Es un ejemplo más de la reconversión que han sufrido tantos lugares de esta ciudad. Buenos Aires tiene una capacidad increíble para re-imaginarse. Ni mucho menos diré que es la mejor sala de exposiciones del mundo, pero es un lugar con un encanto diferente, con mucha luz, gratuita para todos y con una acústica increíble. Así que ahora todos los domingos de diciembre el ministerio de cultura organiza un concierto gratuito de música bajo el título de “Música al atardecer”. Qué mejor manera de pasar un domingo por la tarde, darse una vuelta por el museo y ver cómo entran por las claraboyas los últimos rayos de sol del día.
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